Si eres como la mayoría de la gente, pensar en tu factura mensual de telefonía móvil te hace temblar. Mientras sigue creciendo el apetito por la conectividad, el precio de los servicios inalámbricos en EEUU supera los 130 dólares mensuales en muchos hogares.
Hace dos años el profesor de ingeniería eléctrica en la Universidad de Princeton (EEUU), Mung Chiang, creyó que podría otorgar un mayor control a los clientes. Un sencillo ajuste podría abrir el camino para que muchos usuarios móviles consiguieran el mismo volumen de datos que ya tenían, y en algunos casos aún más, en condiciones más baratas. Al animar a los clientes a reducir el tráfico en las horas pico, las operadoras también saldrían ganando ya que se podrían ahorrar algunas renovaciones importantes de la red. “Pensábamos que sería beneficioso para todos”, recuerda Chiang.
El plan de Chiang implicaba que la industria inalámbrica ofreciera a sus clientes el mismo tipo de tarifas variables que han dado lugar a mayor eficiencia en el transporte, la luz, la electricidad y el gas. Estas tarifas suben en los momentos pico de consumo, cuando las redes están más congestionadas, y bajan en periodos con menos tráfico. Antes de la llegada de los smartphones hubiera sido imposible avisar a los usuarios con tiempo sobre una subida o bajada en sus tarifas de conexión. Ahora, sería sencillo variar el precio del acceso a la red dependiendo de la congestión y construir una aplicación que permita a los cazadores de gangas cambiar sus actividades a periodos más baratos, incluso minuto a minuto. Cuando los precios fueran altos, los consumidores podrían dejar tareas no urgentes, como descargarse posts de Facebook para leer después. De esta manera, un usuario cuidadoso podría ahorrar mucho dinero.
Emocionado ante las posibilidades que se abrían, Chiang patentó sus conceptos clave. Bautizó su nuevo servicio como GreenByte y formó una empresa, que ahora recibe el nombre de DataMi, para construir el software necesario. Inversores de capital riesgo e inversores ángel destinaron más de 6 millones de dólares en la empresa. Un ejecutivo con experiencia en el mercado inalámbrico, Harjot Saluja, firmó para ser el director ejecutivo de la compañía y personajes destacados del sector, como el antiguo presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones de EEUU, Reed Hundt, se unieron al consejo de administración de DataMi. Todo parecía encajar para que Chiang y Saluja se dedicaran a hacer de las “tarifas inteligentes” una realidad.
Hoy, GreenByte ha desaparecido. Ya nadie del equipo de DataMi trabaja en el proyecto. La start-up se ha reagrupado en otros dos servicios. Uno de ellos ayuda a las empresas a calcular qué parte de las facturas de móvil de sus empleados deben cubrir porque esté relacionada con el uso del teléfono para el trabajo. El motivo de este cambio radical no tiene nada que ver con la capacidad técnica de GreenByte para cumplir sus promesa. En pruebas iniciales con usuarios, las “tarifas inteligentes” cumplieron con todo lo que predecían las patentes de DataMi.
Pero la política se interpuso en su camino.
Ha surgido un enorme debate sobre hasta qué punto se deben someter los operadores de internet al concepto conocido como neutralidad de red. En su forma más básica, la idea es que los proveedores de servicios de internet como AT&T, Comcast y Verizon no deberían ofrecer un tratamiento preferencial a determinados tipos de contenido. Lo que deben hacer es transmitir todos los datos a sus clientes “esforzándose al máximo”, a la mayor velocidad posible. Nadie puede pagar a tu proveedor para tener acceso a una “vía rápida” a tu casa. Los operadores no deben mostrar favoritismo hacia ninguno de sus servicios o aplicaciones. Y nadie que ofrezca contenidos legales debe ser ralentizado o bloqueado.
Ahora mismo la neutralidad de red no es más que un principio y no una ley. Aunque la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC por sus siglas en inglés), incluyó una versión bastante ambigua en sus recomendaciones de 2010, este año ha sido derogada por un tribunal federal. Pero ahora, mientras la FCC delibera sobre cómo rehacer la reglamentación, se enfrenta a apasionadas exigencias de restaurar y, posiblemente, incluso endurecer las reglas anteriores, dejando un margen aún menor a los operadores para hacer lo que los reguladores han dado en llamar “gestión razonable de las redes”.
Hasta hace aproximadamente un año, Chiang y sus compañeros pensaban que su idea de tarificación de datos tenía tanto sentido común que se vería como algo muy atractivo y no como un asalto a la neutralidad de la red, a pesar de que permitía a los operadores cobrar más por obtener un acceso constante. Pero según se fue acalorando el debate, todo se complicó. Los defensores de la neutralidad de la red empezaron a pintar una realidad muy negra sobre cómo sufriría internet si se tratara el tráfico con distintos raseros. A pesar de que Chiang y Saluja estaban convencidos de que la tarificación variable es algo que favorece a los consumidores, no contaban con grupos de presión ni con un equipo legal y decidieron que no podían permitirse una larga batalla para dejar claro que no estaban en el lado equivocado.
Para los ingenieros de red, el giro de 180º dado por DataMi no es un ejemplo aislado. Temen que unas leyes demasiados estrictas sobre la neutralidad de la red limiten su capacidad para reconfigurar internet y que pueda gestionar rápidamente cargas de tráfico cada vez mayores.
El profesor de ingeniería eléctrica e informática de la Universidad de Rutgers (EEUU), Dipankar Raychaudhuri, que estudia temas de telecomunicaciones, señala que internet nunca ha sido neutral del todo. Las redes inalámbricas, por ejemplo, llevan años construyéndose con características que permiten identificar a usuarios cuyas conexiones débiles están afectando a la red con un tráfico lento y peticiones incesantes de reenviar paquetes perdidos. La tecnología de los operadores asegura que el acceso de ese tipo de usuario se contenga rápidamente para que la mala conexión de una única persona no cree un atasco para todos. En estas situaciones, el cumplimiento estricto de la neutralidad de la red se desvía: la experiencia de un usuario se degrada para que cientos de otros no sufran. En opinión de Raychaudhuri, internet ha podido progresar gracias a que la neutralidad de la red es uno de los objetivos que debe equilibrarse con otros. Que la neutralidad de la red se convierta en algo completamente inviolable es otra historia. Los inventores tienen las manos atadas. Otro tipo de progreso sería más difícil.
En vez de pararse a debatir estas sutilezas, los mayores defensores de la neutralidad de la red han puesto en escena una serie de números simplistas -pero muy entretenidos- en un esfuerzo por poner al público de su parte. En septiembre, webs populares como Reddit y Kickstarter simularon debacles en la carga de sus páginas para que los visitantes creyeran que si no se forzaba a cumplir con la neutralidad de la red, internet podría ir lentísimo. Ese argumento lo han recogido cómicos televisivos como Jimmy Kimmel, quien presentó un sketch de unas carreras de velocidad en las que los mejores velocistas representaban a las empresas de cable con sus propias vías rápidas. Un torpe bufón en ropa interior representaba los cutres estándares de servicio que tendrían que soportar todos los demás.
Incluso el presidente Barack Obama ha recordado a los legisladores su compromiso con la neutralidad de la red. En el mes de agosto declaró: “No queremos que empiece a haber diferencias en el acceso a internet por parte de distintos usuarios. Queremos dejarlo abierto para que el próximo Google y el próximo Facebook puedan tener éxito”.
Claramente la mayoría de los estadounidenses no están contentos con su servicio de internet. Es más caro conectarse en EEUU que en casi cualquier otro país del mundo desarrollado, según una encuesta de 2013 de la Fundación Nueva América. De hecho, el servicio en EEUU a veces es el doble de caro que en Europa, además de más lento. Mientras, la Universidad de Michigan (EEUU) halló en una encuesta pública reciente que los proveedores de servicio de internet estadounidenses quedan los últimos del todo en satisfacción del cliente en comparación con otras 42 industrias. Los aspectos en los que fallan van desde un servicio poco fiable hasta espantosos servicios de atención al cliente.
Con tantos consumidores estadounidenses que quieren que el Gobierno haga algo respecto al servicio de internet, fortalecer la neutralidad de la red parece una buena forma de conseguirlo. Dado que la mayoría de los proveedores de internet están urgiendo a la FCC para que este principio desaparezca de sus reglas, resulta natural pedir el enfoque contrario. Pero probablemente se equivoquen. Se puede morir de sobredosis incluso por algo tan aparentemente benigno como la neutralidad de red.
A veces parece que los dos bandos del debate sobre la neutralidad de la red hablan dos idiomas distintos, enraizados en dos formas distintas de ver internet. Sus perspectivas contrastadas reflejan el hecho de que internet surgió de forma casual, no existe una Constitución de internet a la que acudir.
Sin embargo, a muchos académicos legales les gusta señalar la existencia de un equivalente a los Papeles Federalistas: un artículo de 1981 de los informáticos Jerome Saltzer, David Reed y David Clark. La ambición de los autores del artículo (“End-to-End Arguments in System Design”), era modesta: explicar los motivos técnicos por los cuales tareas como la corrección de errores se debían llevar a cabo en los extremos o puntos finales de la red, es decir, donde están los usuarios, más que en su núcleo. En otras palabras, los proveedores debían operar “tuberías tontas” que se limitasen a llevar el tráfico. Este artículo adquirió una sorprendente relevancia según fue creciendo internet. En su libro del año 2000 Código, una exposición sobre cómo regular internet, el profesor de Derecho de la Universidad de Harvard (EEUU), Lawrence Lessig, afirmaba que la falta de un control centralizado representado en el principio de los extremos o bordes exteriores formulado en 1981, era “uno de los motivos más importantes por los que internet ha producido la innovación y crecimiento que disfrutamos”.
Tim Wu siguió elaborando sobre esa idea en un artículo de 2002 publicado cuando era profesor de Derecho en la Universidad de Virginia (EEUU). En ese, y en otros artículos que lo siguieron, escribió que el principio de los extremos estimulaba la innovación porque permitía “una competencia darwinista entre todos los usos imaginables de internet para que sólo sobrevivan los mejores”. Y afirmaba que, para promover esa competencia, sería necesaria “la neutralidad de red” para eliminar el sesgo a favor o en contra de cualquier aplicación concreta.
Wu reconocía que este era un nuevo concepto con una “vaguedad inevitable” sobre la línea divisora entre las decisiones permisibles para la gestión de la red y el sesgo impermisible. Pero expresaba la esperanza de que otros refinaran su idea y la hicieran más precisa.
Sin embargo, eso nunca ha sucedido. La línea sigue siendo igual de borrosa que siempre y ese es uno de los motivos por los que el debate sobre la neutralidad de red es tan intenso.
La influyente académica de internet de la Universidad de Stanford (EEUU), Barbara van Schewick, antigua miembro del equipo de investigación de Lessig, expresa su preocupación. Lessig afirma que si se permite a las empresas cuyo objetivo es la búsqueda de beneficios campar a sus anchas a la hora de decidir cómo gestionar distintos tipos de tráfico, “seguirán cambiando la estructura interna de internet en formas que son buenas para ellos pero no necesariamente para los demás”. Avisa del peligro de permitir a los proveedores de internet promover sus propias versiones de servicios populares (como los mensajes o la telefonía por internet), a la vez que degradan o bloquean la capacidad de sus clientes para usar servicios independientes (como WhatsApp para mensajes o Skype para telefonía). Este tipo de prácticas han aparecido ocasionalmente en Alemania y otros mercados europeos, pero no se han visto casi nunca en EEUU, una disparidad que van Schewick atribuye a los compromisos explícitos o implícitos de la FCC con la neutralidad de la red.
Los proveedores de servicios de internet como AT&T han insistido públicamente en que nunca manipularían sus redes para promover sus propias aplicaciones, porque un favoritismo así de evidente haría que los clientes cancelaran su servicio en masa. Los escépticos responden que, en muchos sitios, a los clientes no les queda más opción que seguir con su proveedor de banda ancha porque apenas hay competencia.
Van Schewick también afirma que sería un error permitir a empresas como AT&T o Comcast cobrar a los creadores de contenido y servicios independientes (entre ellos proveedores de telefonía por internet, como Skype o Vonage) para asegurarse el mejor acceso posible a los usuarios. Aunque este tipo de tarifas de acceso existen en otras industrias. Las empresas de cereales o de pasta de dientes por ejemplo pagan a los principales supermercados tarifas de colocación para conseguir el mejor sitio en las estanterías de sus tiendas. Van Schewick avisa de que cobrar este tipo de tarifas a empresas en línea “dificultaría a los emprendedores la consecución de financiación externa”. En otros artículos recientes ha afirmado que estaría mal dejar a los operadores decidir sin consultar a los clientes si deben optimizar diferentes versiones de sus servicios para distintos tipos de tráfico, por ejemplo el vídeo frente al audio y el texto.
Pero mientras que Van Schewick y otros intentan promover un “internet abierto”, a muchos ingenieros les incomoda la idea de establecer demasiados principios globales para internet. En su opinión, la red es un trabajo inacabado siempre cambiante, que exige un pragmatismo infinito. Su columna vertebral no para de descomponerse y reconstruirse. Las mejores formas de conectar distintas redes unas con otras siempre están cambiando.
“No se puede cambiar el problema de la congestión aprobando la neutralidad de la red ni nada parecido”, afirma el cofundador y director ejecutivo de Akamai Technologies, Tom Leighton. Su empresa se dedica a acelerar el tráfico de internet desde la década de 1990, principalmente vendiendo más de 150.000 servidores en todo el mundo que permiten a los creadores de contenido almacenar el material más demandado lo más cerca posible de sus distintos usuarios. Es el tipo de avance en gestión de la red que permitió a internet sobrevivir a los brutales aumentos de tráfico a lo lago de las dos últimas décadas. Para que el tráfico siga en marcha, según Leighton, “hará falta tecnología”.
Si hay quien quiere usar su conexión a internet para recibir películas en alta definición, quizá prefieran acuerdos flexibles que dejan de lado la igualdad estricta para todos los bits y dan prioridad al vídeo.
Un principio fundamental de la neutralidad de red es que se deben aplicar igualitariamente el “máximo esfuerzo” para transmitir cada paquete a través de internet, independientemente del remitente, receptor o portador. Pero ese principio se limita dejar el funcionamiento de internet en el punto en que estaba hace casi un cuarto de siglo, explica el economista de la Universidad de California en Berkeley (EEUU), Michael Katz, que ha trabajado para la FCC y como consultor para Verizon. “Puedes decir que un bit es un bit”, añade Katz, “pero un flujo de bits no es igual a otro flujo de bits”. Las transmisiones de vídeo y voz son muy vulnerables a los errores, retrasos y pérdida de paquetes. Las transmisiones de datos pueden sobrevivir a peores condiciones. Si hay consumidores que quieren que sus conexiones de internet les proporcionen películas de alta definición con la máxima fidelidad posible, esa gente preferirá, según Katz, acuerdos más flexibles que prioricen el vídeo. La eficiencia puede ser más deseable que ceñirse estrictamente a la igualdad para todos los bits.
Hace aproximadamente un año los clientes de Netflix se dieron cuenta de algo alarmante cuando intentaban ver series populares como House of Cards a través del servicio de streaming. Sus velocidades de descarga eran desesperantemente lentas y algunas series ni siquiera se llegaban a descargar, independientemente de que estos clientes tuvieran contratado el servicio con Time Warner Cable, Verizon, AT&T o Comcast. La congestión de la red era una realidad, y las velocidades de transmisión llegaron a caer hasta un 30% según datos del propio Netflix. El mes de marzo pasado, el director ejecutivo de Netflix, Reed Hastings, atacó a los principales proveedores de internet de EEUU acusándolos de frenar el rendimiento de Netflix y de presionar a su empresa para que pagase elevadas tarifas de interconexión.
A lo largo de los meses siguientes, Netflix y sus aliados retrataron este atasco como un ejemplo del comportamiento más egoísta de las empresas de cable. En comunicaciones con la FCC, Netflix abogaba por una “versión fuerte” de la neutralidad de red que impidiera a las empresas cobrar tarifas a los proveedores de servicios en línea. En su blog, Hastings declaró que la neutralidad de red debe “defenderse y fortalecerse… para asegurarnos de que internet siga siendo la principal plataforma humana para el progreso”.
Pero la situación no es tan clara como sugieren los indignados posts de Hastings.
Los sitios con un gran volumen de tráfico, gestionados por Facebook, YouTube, Apple y demás llevan años negociando acuerdos con las empresas que transportan los datos a tu proveedor de internet, los operadores de la red troncal, los proveedores de tránsito y las redes de distribución de contenidos, para asegurarse de que el contenido más popular se pueda distribuir con el menor sobresalto. A menudo esto significa pagar a una empresa como Akamai para guardar copias del contenido más demandado en múltiples servidores por todo el mundo, para que si se produce una estampida pidiendo los mejores momentos del Mundial, por ejemplo, esta cree el mínimo estrés posible sobre internet en su conjunto.
No existe una forma estándar de negociar estos acuerdos de distribución. A veces no hay intercambio de dinero; otras, las empresas de contenidos pagan por la distribución. En teoría, las empresas de distribución podrían pagar por contenido. En el caso de Netflix, según se ha disparado la demanda por sus películas y series, la empresa ha negociado una amplia gama de formas para ayudar a dirigir su contenido por internet de la forma más eficaz posible.
Como informó Ars Technica este año, Netflix empezó a realinear sus métodos de distribución a mediados de 2013. Según iba aumentando su tráfico, creaba mayores exigencias sobres los proveedores de internet que tenían que gestionar House of Cards y similares. Según algunos cálculos, el año pasado Netflix suponía hasta un tercio de todo el tráfico de internet en Estados Unidos los viernes por la noche. Uno de los socios de Netflix en la distribución (Level 3) reestructuró sus términos con Comcast, el proveedor de internet, reflejando los gastos asociados a las conexiones extra necesarias, conocidas como peering points, que Comcast tenía que instalar para poder manejar este aumento del tráfico. Otro de los socios de Netflix (Cogent Comunications) se negó a compartir los gastos de Comcast y en consecuencia no se instalaron conexiones adicionales de Cogent a Comcast.
El resultado: Los vídeos de Netflix empezaron a fallar. A corto plazo Netflix arregló el problema pagando los peering points extra que operadores como Comcast y Verizon necesitaban para poder ofrecer sus servicios. Entrando ya en la estrategia a un plazo mayor, Netflix está arreglándoselas para colocar sus servidores directamente en las instalaciones de los operadores de internet, para que tengan un acceso más fácil a su contenido.
A largo plazo es probable que los proveedores de internet y de contenido sigan negociando cómo se conectan sencillamente porque estos son el tipo de contratos de negocios que hay que revisitar según cambian las circunstancias. Por eso Hundt, quien fuera presidente de la FCC de 1993 a 1997 afirma que es un error defender el forcejeo de Netflix con los operadores como una prueba clave del principio de la neutralidad de red. Y explica que se trata más de una disputa comercial rutinaria. “Es una batalla entre los ricos y los forrados”, añade. “Ambas partes tendrán que aprender, por su cuenta, a llevarse bien”.
Hundt afirma que esta pelea de Netflix no debería distraer a los legisladores que intentan saber cuál es la mejor forma de mantener internet como un sitio abierto. Deberían centrarse, afirma, en asegurarse de que los clientes normales consiguen internet de alta velocidad de la forma más barata y fiable posible, y que los pequeños editores de contenido en internet puedan distribuir su trabajo. Merece la pena señalar que gran parte de las campañas a favor de la neutralidad de red provienen de grandes empresas que cotizan en bolsa que hacen alusiones momentáneas al bienestar de start-ups de garaje, pero cuya preocupación principal son las disputas que afectan a los grandes jugadores de internet. Una start-up de vídeo diminuta no genera contenido suficiente como para obligar a Comcast a instalar peering points extra.
En el resto del mundo, donde no se insiste en la neutralidad de red, empiezan a cuajar novedosos métodos de tarificación del internet inalámbrico. En lo más alto de la lista está la “tarifa cero” con la que se permite a los consumidores probar determinadas aplicaciones sin incurrir en gastos de consumo de ancho de banda. Los proveedores de aplicaciones suelen pagar a los operadores inalámbricos para ofrecer ese acceso y así hacer crecer su cuota de mercado rápidamente.
En gran parte de África, quienes tienen planes de datos limitados pueden disfrutar de un acceso gratuito a Facebook o Wikipedia de esta forma. En Europa, muchos sitios de streaming de música han llegado a acuerdos con varios operadores inalámbricos por los que las promociones de tarifa cero se convierten en una forma de publicidad importantísima. En China y Corea del Sur también están apareciendo opciones de acceso inalámbrico subvencionado. Este tipo de acuerdos pueden servir para mantener las facturas de teléfono a raya e incluso conseguir que haya gente que use internet por primera vez.
En estados Unidos, T-Mobile permite a sus clientes entrar en media docena de sitios de música como Pandora o Spotify sin incurrir en gastos extra. Y AT&T ha estado experimentando con la tarifa cero. Pero, en general, las cosas se mueven muy despacio.
A los consumidores en todo el mundo la tarifa cero les puede parecer estupenda, pero los defensores de la neutralidad de la red como el analista de políticas sénior de la Fundación Frontera Electrónica, Jeremy Malcolm, se oponen a ella por principio porque permite a los proveedores de contenido pagar a los operadores por acceso a los consumidores. En su opinión, no se puede uno fiar de los operadores en ninguna situación que implique ofertas especiales por servicios determinados.
Cuando Tim Wu habló sobre la neutralidad de red hace una década, la enmarcó en una forma de asegurar la máxima competencia en internet. Pero en el debate actual, esa racionalidad corre el peligro de incorporarse a una defensa proteccionista del status quo. Si hay algo que nos ha enseñado la evolución de internet es que la innovación llega rápidamente y de forma inesperada. Necesitamos una estrategia de neutralidad de la red que impida a los grandes proveedores de internet abusar de su poder pero a la vez les permita optimizar internet para la próxima oleada de innovación y eficiencia.
Por George Anders, escritor. Compartió el Premio Pulitzer de 1997 concedido al periódico Wall Street Journal por su sección nacional.
Fuente: MIT Technology Review
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