A Gustavo Schutt (53), le pasó hace tres años; justo, a los 50: ya había sido suficiente, algo tenía que cambiar. “Estaba en la cima de mi crecimiento profesional pero no era feliz”, reconoce. Hasta entonces, su carrera era leading case del ejecutivo exitoso: recién recibido de contador, trabajó en Arthur Andersen y, luego, pasó a BDO, en la cual se convirtió en el primer socio no fundador, a los 30 años. Cuando, en los ’90, la alemana SAP llegó a la Argentina, Schutt vio un nuevo negocio y se lanzó a él: BDO Consulting (luego, Crystalis Consulting), especializada en soluciones integrales a empresas en Tecnología de la Información, partner de SAP.
Schutt administró su crecimiento. De la gerencia General local, pasó a manejar el negocio en toda América latina. Abrió nuevas oficinas, manejó deals importantes, con múltiples socios, y decidió adquisiciones en los países de la región. “Tuvimos años de crecimiento de 30 y 40 por ciento”, cuenta.
En 2006, los socios de BDO se retiraron de la firma y llegó un nuevo accionista: el grupo español Seidor. Schutt vendió algunas de sus participaciones pero mantuvo sus responsabilidades como gerente General Corporativo hasta que, hace un tiempo, comenzó a cuestionárselo todo. Cuando, en diciembre de 2013, vendió sus últimas acciones en la firma (“que armé y fundé”, dice), dejó atrás una organización con más de 1000 profesionales y una facturación de US$ 70 millones en los países de la región.
“Estaba muy cansado y de mal humor. El costo del gran crecimiento de la compañía impactó negativamente en mi vida personal: perdí calidad de vida, me divorcié y no estuve en momentos muy importantes del crecimiento de mis hijos”, cuenta.
El proceso, que comenzó hace tres años y medio, lo llevó a redescubrir qué le gusta (retomó clases de pintura y comenzó a hacer esculturas en madera, hobby al que le dedica, como un rito sagrado, medio día a la semana), a cuidar mucho más su salud (por ningún motivo, deja de correr tres veces por semana) y mejoró la calidad del diálogo y la relación con sus tres hijos, quienes viven con él. Pero la transición no fue fácil.
“Tuve altas y bajas de ánimo. Traté de cambiar mi círculo de relaciones sociales y para ampliarlo, por ejemplo, cursé el PAD en el IAE. También, comencé a probar cosas: a dar servicios, a visitar empresas…”, narra. Y descubrió que obtenía una gran satisfacción asesorando a compañías. Ahora, vislumbra un futuro como director profesional independiente. “Me interesa ayudar a la profesionalización de la empresa, a la toma de decisiones, contribuir con ideas para debatir”, explica.
Schutt redescubrió cosas que lo llenan. “Me invitaron a escribir un libro y recordé que, siempre, me gustó ayudar a mis clientes a que sean más eficientes”. Se formó como coach, para disponer de una herramienta más. Resignificar todo el proceso de redefinición de una nueva identidad laboral en una nueva actividad no es fácil. “Ahora, evalúo si encarar este nuevo proyecto con un socio, formar una organización pequeña”, dice. Recomienda el animarse a cambiar: “No hay que tener miedo de equivocarse”.
Nota publicada en la edición de febrero de la revista Apertura.